Según informó la agencia Hawzah, el libro Ciento una disputas interesantes y amenas de Muhammad Muhammadi Ishtihardi recopila diversos debates sobre temas doctrinales y religiosos, que Hawzah News irá publicando en diferentes ediciones.
El debate de cinco grupos con el Profeta (PB)
Cinco grupos de opositores al Islam, cada uno compuesto por cinco personas —en total veinticinco—, se pusieron de acuerdo para presentarse ante el Profeta (la paz sea con él y su familia) y entablar un debate con él.
Estos grupos eran: judíos, cristianos, materialistas, maniqueos e idólatras.
En Medina se presentaron ante el Profeta, lo rodearon, y él, con gran cordialidad, les permitió iniciar la discusión.
El grupo de los dualistas (maniqueos)
Los dualistas tomaron la palabra y dijeron:
—Creemos que el mundo tiene dos creadores y administradores: uno, principio de la luz, y otro, principio de la oscuridad. Hemos venido para debatir contigo. Si estás de acuerdo con nosotros, entonces tendremos la razón y la superioridad; de lo contrario, estaremos en tu contra.
El Profeta (PB) les preguntó:
—¿En qué basan esta creencia?
Ellos respondieron:
—Vemos que el mundo está compuesto de dos partes: bien y mal. Está claro que son opuestos. Por lo tanto, sostenemos que cada uno tiene un creador distinto, pues un mismo creador no realiza acciones contradictorias. Así como es imposible que la nieve produzca calor o que el fuego produzca frío, así demostramos que en el mundo existen dos creadores eternos: uno, la luz (origen del bien) y otro, la oscuridad (origen del mal).
El Profeta replicó:
—¿Reconocen que en el mundo hay diversos colores —negro, blanco, rojo, amarillo, verde y azul— y que cada uno se opone al otro, del mismo modo que el calor y el frío son contrarios y no pueden unirse en un solo lugar?
Los dualistas contestaron:
—Sí, lo reconocemos.
El Profeta preguntó entonces:
—¿Por qué, entonces, no creen que exista un dios para cada color? Según su criterio, ¿no debería cada cosa contraria tener un creador independiente? ¿Por qué no dicen, pues, que hay tantos creadores como oposiciones existen?
Los dualistas quedaron desconcertados ante esta pregunta contundente y guardaron silencio.
El Profeta continuó:
—Según su creencia, ¿cómo es posible que la luz y la oscuridad cooperen para administrar el mundo, si la naturaleza de la luz es ascender y la de la oscuridad es descender? ¿Acaso dos hombres que caminan en direcciones opuestas —uno hacia el este y otro hacia el oeste— podrían, según ustedes, encontrarse en un mismo lugar mientras continúan en sentidos contrarios?
Los dualistas respondieron:
—No, es imposible.
El Profeta concluyó:
—Del mismo modo, es imposible que la luz y la oscuridad, siendo opuestos, colaboren en la gestión del mundo. En realidad, ambos son creados y sometidos al poder del Dios único, eterno y omnipotente.
Los dualistas quedaron sin respuesta, cabizbajos, y dijeron:
—Concédenos tiempo para reflexionar sobre este asunto.
El grupo de los materialistas (negadores de Dios)
Los materialistas dijeron:
—Creemos que los fenómenos del mundo no tienen ni principio ni fin, y que el universo es eterno. Hemos venido a debatir sobre esto; si estás de acuerdo con nosotros, nuestra posición será superior; si no, estaremos en tu contra.
El Profeta (p) preguntó:
—¿Ustedes afirman que los fenómenos no tienen inicio y han existido siempre y existirán eternamente?
Ellos respondieron:
—Sí, esa es nuestra creencia, porque no hemos visto un comienzo ni un fin de las cosas. Por lo tanto, juzgamos que el mundo siempre ha existido y siempre existirá.
El Profeta replicó:
—Yo, en cambio, les pregunto: ¿han visto ustedes esa eternidad del universo? Si dicen que sí, tendrían que haber existido desde siempre, con la misma razón, pensamiento y cuerpo, para atestiguar la eternidad de todas las cosas. Y esa pretensión es contraria a la realidad, pues todos los sabios del mundo la desmienten.
Los materialistas admitieron:
—No, no afirmamos haber visto esa eternidad.
El Profeta respondió:
—Entonces no juzguen de manera unilateral. Ustedes mismos reconocen que no han visto ni la eternidad ni la caducidad de los fenómenos. ¿Cómo pueden entonces afirmar que, porque no han observado un comienzo ni un fin, el universo es eterno?
Después les planteó otra pregunta para refutar su creencia y mostrar que los fenómenos son contingentes:
—¿Acaso no observan que el día y la noche se suceden constantemente uno tras otro?
Ellos contestaron:
—Sí.
El Profeta preguntó:
—¿Consideran que el día y la noche existieron siempre y existirán para siempre?
Ellos respondieron:
—Sí.
El Profeta continuó:
—¿Es posible que el día y la noche coincidan en un mismo instante y su orden se altere?
Ellos contestaron:
—No, eso es imposible.
El Profeta dijo:
—Entonces, necesariamente están separados: cuando termina uno, comienza el otro.
Ellos confirmaron:
—Así es.
El Profeta concluyó:
—Con esa misma admisión ustedes reconocen que el día y la noche son fenómenos que se producen uno tras otro, lo cual es prueba de su contingencia. No nieguen, pues, el poder de Dios.
Luego añadió:
—Díganme, ¿consideran que el día y la noche tienen un comienzo o no? Si dicen que lo tienen, entonces aceptan la contingencia. Si dicen que no lo tienen, eso implicaría que algo que tiene un fin carece de inicio, lo cual es contradictorio.
Y explicó:
—Si el día y la noche terminan y se suceden, la razón dicta que también tuvieron un comienzo.
Finalmente, el Profeta preguntó:
—Ustedes dicen que el mundo es eterno. ¿Entienden bien lo que eso significa?
Ellos contestaron:
—Sí, sabemos lo que decimos.
El Profeta respondió:
—Observen que todos los elementos del universo están relacionados entre sí y dependen unos de otros para existir, como los componentes de un edificio (paja, barro, piedra, ladrillo, cal) que necesitan unirse para mantenerse en pie. Si todos los elementos del mundo dependen unos de otros, ¿cómo pueden ser eternos e independientes? Y si de verdad fueran eternos, ¿cómo se distinguiría su existencia de la de lo creado?
Los materialistas quedaron confundidos, incapaces de responder ni de explicar el verdadero sentido de lo contingente. Abatidos, dijeron:
—Danos tiempo para reflexionar sobre esto.
El grupo de los idólatras
Los idólatras dijeron:
—Nosotros creemos que nuestros ídolos son nuestros dioses. Hemos venido a debatir sobre esto; si tu opinión coincide con la nuestra, entonces la razón y la superioridad estarán de nuestro lado; de lo contrario, seremos tus enemigos.
El Profeta respondió:
—¿Por qué habéis abandonado la adoración de Dios y en su lugar veneráis a estos ídolos?
Los idólatras contestaron:
—Mediante estos ídolos buscamos acercarnos a Dios.
El Profeta replicó:
—¿Acaso estos ídolos escuchan? ¿Acaso obedecen los mandatos de Dios y se dedican a adorarlo? ¿De modo que, al rendirles respeto, ustedes se acerquen a Dios?
Ellos respondieron:
—No, no escuchan, ni obedecen, ni adoran a Dios.
El Profeta preguntó:
—¿Acaso no los habéis tallado y fabricado con vuestras propias manos?
Ellos admitieron:
—Sí, los hemos hecho con nuestras manos.
El Profeta dijo entonces:
—Siendo así, vosotros sois los fabricantes y creadores de esos ídolos; lo lógico sería que ellos os adoraran a vosotros, y no al revés. Además, Dios, que conoce lo que os conviene y está al tanto de vuestros deberes y responsabilidades, tendría que haber ordenado que los adoraseis, pero jamás ha dado tal mandato.
Al escuchar estas palabras, los idólatras comenzaron a discrepar entre ellos.
Algunos dijeron:
—Dios ha encarnado en los cuerpos de ciertos hombres, cuya imagen representan estos ídolos. Por eso, al adorarlos, en realidad honramos esas encarnaciones.
Otros dijeron:
—Estos ídolos han sido fabricados semejantes a hombres piadosos y obedientes a Dios de tiempos antiguos. Los veneramos en señal de respeto a Dios.
Un tercer grupo sostuvo:
—Cuando Dios creó a Adán ordenó a los ángeles que se postraran ante él. Nosotros, los seres humanos, éramos más dignos de prosternarnos ante Adán, pero como no existíamos entonces, nos vimos privados de aquella adoración. Ahora hemos creado una imagen semejante a la de Adán y nos postramos ante ella, para compensar aquella privación, tal como los ángeles se acercaron a Dios al postrarse ante Adán.
Y añadieron:
—Del mismo modo que ustedes mismos construyen con sus manos mihrabs y en ellos oran dirigiéndose hacia la Kaaba, postrándose frente a ella en señal de veneración a Dios, nosotros también, al prosternarnos ante estos ídolos, en realidad rendimos respeto a Dios.
El Profeta se dirigió a los tres grupos y dijo:
—Todos ustedes están en el error y se apartan de la verdad.
Luego, uno por uno, respondió a cada grupo.
Primero se dirigió al primer grupo y dijo:
—En cuanto a vosotros, que afirmáis que Dios se encarnó en los cuerpos representados por estos ídolos y por eso los adoráis, estáis describiendo a Dios como una criatura, lo estáis limitando y considerando como un ser creado. ¿Acaso el Señor del universo puede encarnarse en algo, de modo que esa cosa limitada lo contenga en su interior? ¿Qué diferencia habría entonces entre Dios y las demás realidades que residen en los cuerpos, como el color, el sabor, el olor, la suavidad o la dureza, la pesadez o la ligereza? Según vuestra idea, un cuerpo limitado sería la morada de Dios eterno e ilimitado. ¡Cuando debería ser al revés! El que contiene debe ser eterno, y lo contenido, creado y limitado.
Además, ¿cómo podría Dios —que siempre ha sido independiente y autosuficiente antes de toda creación— necesitar un lugar para habitar en él?
Y dado que, con vuestra creencia en la encarnación, habéis considerado a Dios como algo pasajero y limitado, la consecuencia lógica de ello es que lo consideréis sujeto al cambio y a la desaparición. Porque todo lo creado y limitado está expuesto a cambiar y a desaparecer.
Y si afirmáis que la encarnación no implica cambio ni desaparición, entonces también deberíais decir que el movimiento y el reposo, los distintos colores —negro, blanco, rojo, etc.— tampoco implican alteración alguna. Así acabaríais aceptando que todo tipo de accidentes y estados pueden aplicarse a Dios, y en consecuencia lo reduciríais a la categoría de los seres limitados y creados, haciéndolo semejante a sus criaturas.
Siendo falsa y absurda la creencia en la encarnación de Dios en los cuerpos, también la idolatría que se fundamenta en esa idea es, naturalmente, falsa y sin fundamento.
Los idólatras quedaron desconcertados ante los razonamientos sólidos y lógicos del Profeta, y sólo atinaron a decir:
—Concédenos tiempo para reflexionar sobre esto.
El grupo de cristianos dijo:
«Nosotros creemos que Jesús, la paz sea con él, es el hijo de Dios, y que Dios se ha unido con él. Hemos venido ante ti para dialogar sobre este asunto. Si nos sigues y compartes nuestra creencia, te habremos precedido en ella; pero si te opones, naturalmente estaremos en tu contra».
El Profeta: Ustedes dicen que el Dios eterno se ha unido con su hijo Jesús. ¿Qué quieren decir con eso? ¿Acaso quieren decir que Dios, siendo eterno, descendió a un estado creado y se unió con un ser creado (Jesús)? ¿O al contrario, que Jesús, siendo creado y limitado, ascendió y se unió con el Dios eterno? ¿O su intención es que esa unión es solo una forma de honrar y respetar a Jesús?
Si dicen lo primero, que un ser eterno se convirtió en un ser creado, eso es imposible, porque racionalmente es imposible que un ser infinito y eterno se vuelva finito y limitado.
Si dicen lo segundo, que un ser limitado y creado se transformó en un ser eterno e infinito, eso también es imposible.
Y si dicen lo tercero, entonces significa que Jesús es un siervo de Dios como los demás, solo que distinguido y respetado por Él. En ese caso, tampoco tiene sentido decir que Jesús y el Dios eterno son uno y lo mismo.
El grupo cristiano: Dios otorgó a Jesús méritos especiales y lo dotó de milagros y prodigios, por eso lo eligió como su hijo; y esta filiación es por honor y dignidad.
El Profeta: Lo mismo dijeron los judíos en otro diálogo, y escucharon que si la excelencia de alguien lo convirtiera en “hijo de Dios”, entonces aquellos que poseen un rango superior a Jesús, o al menos igual a él, deberían ser considerados padres, maestros o tíos de Dios…
El grupo cristiano no tuvo respuesta. Estaban a punto de abandonar la discusión cuando uno de ellos dijo:
Cristianos: ¿Acaso ustedes no consideran a Abraham como el “Amigo de Dios”?
El Profeta: Sí, así lo creemos.
Cristiano: Pues del mismo modo nosotros consideramos a Jesús como “hijo de Dios”. ¿Por qué nos prohíbes esta creencia?
El Profeta: Estos dos títulos son distintos. La palabra “jalil” (amigo) viene de “jillah”, que significa pobreza y necesidad. Abraham estaba totalmente vuelto hacia Dios y no necesitaba de nadie más; solo se veía como pobre y necesitado ante Él. Por eso Dios lo llamó su “amigo”. Recuerden la historia cuando Abraham fue arrojado al fuego: el ángel Gabriel vino a ayudarlo, pero Abraham respondió: “No necesito de nadie fuera de Dios; Su ayuda me basta”. Por esta devoción, Dios lo llamó su “jalil”.
Otra interpretación de “jalil” es el que penetra en los secretos y misterios de la creación, lo cual tampoco implica asemejar al siervo con el Creador. En cambio, entre padre e hijo hay un vínculo esencial y permanente, aunque se niegue. Por tanto, no puede compararse.
Además, si ustedes dicen: “Abraham es amigo de Dios, entonces Jesús es hijo de Dios”, con la misma lógica deberían decir que Moisés es hijo de Dios, o incluso más: que es padre, maestro o señor de Dios, pues su rango fue superior al de otros profetas. Pero nunca dicen eso.
Un cristiano dijo: En el Evangelio, revelado a Jesús, él dijo: “Voy hacia mi Padre y vuestro Padre”. Entonces, según estas palabras, Jesús mismo se llamó hijo de Dios.
El Profeta: Si aceptan el Evangelio, entonces según esa frase todos los hombres serían hijos de Dios, porque Jesús dice: “Mi Padre y vuestro Padre”. Así que no solo él, sino todos.
Esto también contradice lo que ustedes dijeron antes, que solo por los méritos y milagros Jesús es considerado hijo de Dios, porque según sus propias palabras, también ustedes y todos los creyentes lo serían.
¿Por qué entonces interpretan las palabras “Padre e hijo” en un sentido distinto al literal? Tal vez Jesús, al decir “Voy hacia mi Padre y vuestro Padre”, se refería al padre de todos, Adán, o a Noé, que son padres de la humanidad. En ese caso, no hay necesidad de inventar otro significado.
El grupo de cristianos quedó tan impresionado y vencido por los argumentos sólidos del Profeta, la paz sea con él, que dijeron: «Nunca habíamos visto a nadie que debatiera con nosotros con tanta maestría como tú. Danos tiempo para reflexionar sobre esto».
El grupo de judíos dijo:
«Nosotros creemos que Uzair, el profeta, es hijo de Dios. Hemos venido a debatirlo contigo. Si tienes la misma opinión, te habremos precedido; pero si no estás de acuerdo, entonces seremos tus adversarios».
El Profeta: ¿Quieren que acepte sus palabras sin pruebas?
Judíos: No.
El Profeta: Entonces, ¿cuál es su argumento para decir que Uzair es hijo de Dios?
Judíos: La Torá se había perdido por completo, y nadie podía restaurarla. Uzair la revivió, y por eso decimos que es hijo de Dios.
El Profeta: Si ese es su argumento, con más razón Moisés, que trajo la Torá y obró muchos más milagros —como ustedes mismos reconocen— debería ser considerado hijo de Dios, o incluso algo mayor. ¿Por qué no dicen eso de él?
Y si al decir “hijo” se refieren a que nació de Dios como un hijo de su padre, entonces han reducido a Dios a un ser material y limitado, lo cual implica absurdamente que tuvo un creador por encima de Él.
Judíos: No, no es eso lo que queremos decir. Como usted señaló, eso sería una blasfemia. Lo que queremos decir es que “hijo” es un título de honor, igual que cuando un maestro llama a un discípulo distinguido: “Hijo mío”. Así, Dios llamó a Uzair su hijo, como signo de respeto.
El Profeta: Entonces la misma respuesta que di antes se aplica aquí: si por respeto se le dice “hijo de Dios” a Uzair, con más razón debería decirse lo mismo —o algo mayor— de Moisés, que fue superior a él.
Ustedes mismos dieron un ejemplo: cuando un sabio llama “hijo” a un discípulo sin lazos de sangre. Entonces, con más razón puede llamar a otro discípulo más distinguido “hermano”, “maestro” o incluso “padre”. Así, según su lógica, Moisés podría ser llamado hermano, maestro, señor o incluso padre de Dios. ¿Aceptan ustedes que Dios diga a Moisés: “Oh padre mío, oh maestro mío, oh señor mío”?
Los judíos quedaron perplejos y sin respuesta. Atónitos, dijeron: «Permítenos reflexionar y estudiar este asunto».
El Profeta: Si lo hacen con un corazón puro y sincero, Dios mismo los guiará hacia la verdad.
Fuente: Ehtiyaj Tabarsi, pp. 27 y 34-38
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